Fútbol tóxico
Vaya por delante que el autor de este post se declara fanático del Atlético de Madrid. Lo aviso porque habrá quien considere eso un factor importante a la hora de opinar sobre cualquier cosa relacionada con el deporte rey en nuestro país y lo quiera utilizar para desacreditarme. Afortunadamente mi intención no es hablar del fútbol de élite, aunque le haremos mención más adelante.
Una de las (muchas) cosas buenas de tener hijos es poder revivir situaciones y aficiones que tu también viviste a su edad. En mi caso es imposible no transmitirle a mis hijos la pasión por el Atleti o el apoyo incondicional a sus dos selecciones (España y Portugal), pero cuando hablamos del fútbol como deporte a practicar, la cosa es muy distinta.
El fútbol como deporte en la infancia se ha convertido en algo tóxico y problemático, causante de muchos conflictos en las clases de primaria. Algo no va bien cuando es el balón de fútbol quien monopoliza los recreos, otorgando una jerarquía y un poder dictatorial a niños de 7 años que se creen el siguiente [Inserte aquí el nombre del jugador de moda]. Tal y como yo lo veo, el deporte en la infancia tiene un papel mucho más importante que la propia diversión y el efecto positivo en la salud de los más pequeños. Un deporte como el fútbol tendría que servir un propósito mayor que el de alimentar el ego de unos pocos, tendría que servir para enseñar valores como el trabajo en equipo, la adaptabilidad o la resiliencia mientras que lo pasas bien con tus amigos. En ese aspecto hay otros deportes que priorizan este tipo de enseñanzas por encima del resultado final, el rugby sería un gran ejemplo.
Quizá esta sea una opinión poco popular, pero cuando vives de primera mano situaciones donde niños son dejados de lado en el recreo por no jugar al fútbol o son increpados cuando al jugar no tienen el nivel que el líder del equipo considera oportuno simplemente no puedes evitar tener una opinión.
"Ya, Javi, pero es que si todos quieren jugar al fútbol pues no queda otra."
Si, y no. Cuando mi hijo, aficionado al fútbol (le gusta ver los partidos, se sabe algunos jugadores, entiende las reglas...) ve como le cuesta encontrar compañeros para jugar en el recreo porque no quiere estar todo el día dándole patadas al balón o ve como sus amigos más cercanos se ven casi forzados a volverse adictos al fútbol para poder encajar en el grupo, pues empiezas a comprobar que quizás el que tiene un problema no es él. Cuando una profesora te dice que el niño tiene que cambiar su forma de ser y su personalidad para encajar con el grupo, que eso es madurar, bla, bla, bla... entiendes que la situación es peor de lo que pensabas. ¿De verdad es ese el mensaje que queremos mandar a los más pequeños?
¿Tiene esto alguna solución fácil? Sinceramente creo que no. El fútbol en nuestro país tiene demasiada influencia. Los futbolistas y los clubes tienen demasiada repercusión y la gran mayoría de niños (y sus padres) aspiran a formar parte de ese selecto grupo de "atletas de élite", cueste lo que cueste. Todos hemos visto alguna vez el comportamiento vergonzoso de todos (niños y padres) en las ligas infantiles, pero ese tema lo dejamos para otro día. Hemos llegado al punto en el que niños de 7, 8 o 9 años hacen pruebas con clubes todos los años a ver si alguno da el pelotazo.
Después de semejante chapa creo que también es importante explicar como hemos afrontado esta situación en casa, porque aunque es una guerra perdida hay formas de luchar.
Cuando pasen los años aprenderás a valorar ser diferente a los demás, no formar parte del rebaño, ser original y tener personalidad.
Lo primero que le hemos dicho al pequeño Javi es, si no quieres jugar al fútbol en el recreo y tus amigos no quieren dejar de darles patadas a la pelotita, busca niños y niñas de otras clases con los que jugar a otras cosas. Eso te sirve para hacer nuevos amigos, conocer gente que no conocerías de otra forma y ampliar tus miras sociales rompiendo con la endogamia futbolera. Ser diferente no es malo, todo lo contrario. Cuando pasen los años aprenderás a valorar ser diferente a los demás, no formar parte del rebaño, ser original y tener personalidad.
Lo segundo que le he dicho es que esto no es así siempre. Yo viví situaciones muy similares cuando era pequeño y al final la obsesión por el fútbol se acaba calmando, llámalo madurez, llámalo aburrimiento, pero al final entran en juego otras aficiones, otros deportes, otros intereses y el que manejaba el cotarro con 8 años resulta que con 16 ni pincha ni corta. No ser "bueno" jugando al fútbol solo le importa al que no tiene otra cosa con la que compararse.
Y lo tercero que he intentado transmitirle a mi hijo es que no tenga prisa por entrar en esa rueda, que no se sienta forzado y que el día en el que entre, lo haga porque se lo pasa bien, se divierte y saca algo positivo de ello. Ya tendrá edad para montarse un equipo con sus amigos para jugar el fin de semana con el único objetivo de pasarlo bien y hacer deporte, el colegio puede ser el terreno ideal para cultivar otras aficiones.
En definitiva, aunque mi punto de vista pueda sonar exagerado o extremo, he podido comprobar como no es algo aislado y son varios los padres que me comentan situaciones similares en otros colegios. Al final en casa hemos optado por darle a nuestros hijos las herramientas necesarias para salir adelante en este tipo de situaciones, la paternidad en muchas ocasiones es esto.